Si supieras que existen siete leyes universales que atraviesan al todo y a nosotros mismos, y que rigen nuestra creación; que todo lo creado es mental; que todo se mueve, vibra y fluye constantemente; que cada elemento o realidad tiene dos polos opuestos; que todo en la vida tiene períodos de avance y retroceso, ¿no sería lo más lógico entender que la incertidumbre, los cambios inesperados y las consecuentes crisis son el impulso natural de la vida? Y que el aparente control, a través del cual intentamos detener lo inevitable, solo nos hace dilatar muy brevemente lo que indefectiblemente sucederá.